ALBA
LUCIA CASTRO, psicóloga, junio 4 de 2015
El hombre que participa de la vida de un ser
humano, siempre será una persona significativa, bien sea por el aporte genético
o porque ha asumido el rol de padre de un hijastro.
El papá es la figura masculina con la que se
identifican los niños varones y fijan pautas de comportamiento, criterios y
valores sobre los cuales tomará decisiones consciente e inconscientemente; mientras
para las niñas es el modelo masculino
que tendrán para establecer relaciones amistosas, laborales o amorosas de ellas
con los hombres.
Un hombre que emplea la violencia familiar,
no cumple con sus responsabilidades para satisfacer las necesidades de su
familia y los derechos de los hijos de manera amorosa, oportuna y espontánea,
dejará graves huellas de angustia, temor, incertidumbre, dolor psicológico,
baja autoestima, inseguridad, sensación de inadecuación, vergüenza, tendencia a
la venganza, depresión, suicidio, predisposición a la delincuencia o incluso al
homicidio.
Es que realmente es fácil dejar huellas; ¿quién
de ustedes tiene algún recuerdo tan vivo y presente que al evocarlo fluye con
torrentes de sentimientos, imágenes, sonidos y colores que hacen cierto lo de “recordar
es vivir”?
Si bien es cierto que la vida no es color de
rosa, que los problemas agobian a los adultos y que a veces los callejones sin
salida aniquilan al más valiente, también es cierto que los menores no tienen
la culpa, por tanto no tienen por qué ser el blanco de desquite de los malos
ratos por los que pasan los adultos.
Hay hijos que recuerdan a sus padres como el
trabajador incansable, responsable, exigente y que dejó la huella imborrable de
la importancia de trabajar para prodigar las necesidades materiales de la
familia, pero ausente la mayor parte del tiempo, tan frio y distante afectivamente cuando
estaba en casa que el ambiente se ponía tenso con su presencia.
Hay hijos que se les ilumina el rostro cuando
hablan de sus padres juguetones, conversadores, respetuosos y amorosos, pero
firmes en sus principios éticos. Admiran la humildad con que lloraban en las
situaciones duras y se levantaban para afrontarlas con ecuanimidad y
resiliencia.
La felicidad los envuelve cuando recuerdan palabras
afectuosas, consejos y enseñanzas de papá, ejemplos de honestidad, coherencia y
responsabilidad en sus actos. Obviamente, reconocen sus defectos y errores,
pero las minimizan ante el gran afecto, apoyo, atención y dedicación que les
brindaron a sus hijos
Admiro a los padres que han eliminado el
miedo a amar, que saben ponerse en los zapatos de sus hijos y tienen capacidad
para escucharlos y comprenderlos. Felicitaciones a los padres que han decidido
sacrificar tiempo de su trabajo para sentir el amor de sus hijos mientras los
educan para la vida feliz y contribuyen a su sano desarrollo afectivo.
Y Usted, ¿Qué tipo de huellas imborrables está
dejándole a sus hijos y nietos?
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