ALBA LUCIA CASTRO SOTO, psicóloga
Algunos argumentan que no es
conveniente ser amigo de los hijos porque se pierde autoridad, otros dicen que
es mejor porque pueden saber más de sus hijos. Algunos hijos agradecen el apoyo
recibido a través de la amistad con los padres, pero otros se confundían entre
autoridad y amistad. Analice qué es lo que se debe buscar a través de la
relación con su hijo para tomar su propia
decisión.
Los padres deben tener una
actitud abierta en la que no cabe juzgar ni criticar a su hijo ni a sus amigos,
porque el hijo(a) por temor al rechazo y critica de los padres prefiere guardar
en su intimidad y como secreto entre sus amigos asuntos importantes y que los
padres deberían saber.
Un hijo espera que sus padres lo escuchen
sin juzgarlo sino que comprendan que las cosas que le suceden son propias de su
niñez o adolescencia, de la inexperiencia. No espera recriminaciones sino que
le ayuden a él mismo a entender qué es
lo que le sucede en su interior, las razones por las que se comporta mal o toma
decisiones erradas.
Un hijo drogadicto, alcohólico o pandillero
no quiere oír cantaletas sobre lo bruto, irresponsable, ignorante y mal hijo
que es. Lo que necesita es un abrazo y las palabras: “hijo yo te amo por que
eres mi pedacito de vida, no importa lo que hagas, yo te amo, quiero saber que pasa
en tu corazón y en tu mente para que entre los dos podamos encontrar la
solución”
Obviamente, el hijo espera que su
padre y madre actúen como adultos responsables, con experiencia y conocimiento
de la vida, pero no como verdugos ni tampoco como otro adolescente
irresponsable, facilista y encubridor.
Esperan que los padres actúen de
manera coherente, porque las palabras ofrecen comprensión y apoyo, pero lo que
realmente necesita el hijo, son hechos que hagan realidad la oferta, pues basta
una sola vez en que los padres sean incoherentes o que no cumplan lo que
prometen para que el hijo jamás vuelva a confiar en ellos y entonces, se sienta
desamparado, incomprendido, rechazado y con un gran vacío afectivo, por lo que empeora
su comportamiento.
La autoridad se gana no se
impone. El respeto se gana cuando el padre respeta al hijo, por tanto no lo
humilla, confía en él, reconoce sus virtudes y acepta que tiene debilidades,
defectos y sobre todo que al padre le falta enseñarle muchas cosas. Cuando el
padre motiva a su hijo a hablar y es capaz de escucharlo en atento silencio, respetuosamente,
sin criticar ni juzgar le da confianza.
La obediencia se obtiene cuando
quien manda es consciente de lo que está haciendo, tiene conocimiento de los
hechos, además es estable emocionalmente, es seguro de si mismo, ecuánime,
coherente, cuando sabe mandar de manera asertiva y justa. Cuando establece
normas estables, compromisos objetivos y
los cumple y exige su cumplimiento.
La confianza se gana cuando el padre
es capaz de ver en su hijo lo que exactamente es: un niño o un adolescente sin
conocimiento ni experiencia, con inmadurez natural para pensar como sus padres
quienes le llevan por lo menos 15 años de ventaja en el recorrido de la vida.
Lo que un hijo espera es un
adulto maduro y firme pero comprensivo, alguien que le brinde apoyo amoroso, sereno
e incondicional para aprender a manejar sus miedos y emociones negativas; a afrontar
la vida con base en criterios rectos y adecuados. En síntesis, espera que sus
padres le ayuden pero que no le compliquen la vida y lo hagan sufrir mientras
aprende a vivir.