ALBA LUCIA CASTRO SOTO, psicóloga
Muchos
adultos creen que a los niños y jóvenes hay que dejarlos hacer lo que quieran
porque tienen derecho al “libre desarrollo de la personalidad”, pero intentaré
de manera sencilla y poco técnica argumentar porqué los padres deben ejercer su
autoridad sobre ellos.
Bien se
dice que el ser humano debe utilizar la inteligencia para dominar las emociones
y los instintos, pero una inteligencia requiere un buen nivel de desarrollo
cognitivo y además de buen material mental para poder tomar decisiones no
solamente acertadas, sino también rectas ética y moralmente.
El cerebro
y en general el sistema nervioso, conforman el órgano que tiene funciones
relacionadas con los instintos, percepciones, sensaciones, emociones,
pensamientos, decisiones y actos; pero el
desarrollo y maduración del sistema nervioso solo se logra hacia los 25 años.
A
través de los órganos de los sentidos el individuo percibe el entorno, las percepciones
llegan en primero al hipocampo produciendo sensaciones, y dependiendo del tipo
de sensación se activan los impulsos e instintos de lucha, huida o conservación
que pueden implicar agresividad, movimiento, sexualidad, hambre, sed y sueño.
Al
centrar la atención sobre las sensaciones y tomar conciencia de ellas el
individuo puede sentir diversas emociones, unas relacionadas con bienestar
(seguridad, afecto, serenidad, alegría, confort, etc) y otras relacionadas con
malestar (molestia, enojo, ira, dolor)
Un niño
menor de 6 años, siente el malestar, pero no puede pensar claramente que es lo
que siente ni por qué, entonces se siente impotente, por eso hace un berrinche y
luego se calla e intenta guardarse el malestar en el inconsciente u olvidarlo.
Cuando es
mayor de 7 años, piensa sobre los hechos que produjeron las emociones; es decir
clasifica, organiza, compara y entonces las emociones adquieren una razón de
existir. Por ejemplo, puede decir: “me
siento humillado(a) porque me gritó delante de la gente, me da ira que sea tan
injusto porque yo no tuve la culpa”. Su posición frente a la vida es frágil y
por lo mismo es egocéntrica.
Entre
los 7 y los 23 años, es probable que pueda, expresar sentimientos y pedir
explicaciones, las cuales aceptará o rechazará según los conocimientos y
experiencia que tenga de la vida, el ejemplo que haya recibido en su entorno
familiar y social y la influencia de los “consejeros” de su confianza. Lentamente
va madurando el cerebro a la vez que va enfrentando situaciones que lo obligan
a dejar de ser egocéntrico, idealista y a adquirir criterios propios para tomar
decisiones.
El adulto,
maduro, puede tener la libertad de hacer lo que quiera, porque piensa antes de reaccionar, analiza qué debe
hacer para recuperar el bienestar. Es objetivo, realista, justo consigo
mismo y los demás. Se fundamenta en normas,
principios y valores rectos y prevé las consecuencias de sus actos. Elige
consejeros con criterios y experiencia.
Como se
puede ver, no conviene dejar que los hijos hagan lo que les venga en gana antes
de los 20 años. Es necesario pasar de un alto nivel de autoridad a un nivel medio
de supervisión con enseñanza de la responsabilidad y terminar siendo un buen apoyo
moral.
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