sábado, 18 de agosto de 2012

POR QUÉ LOS NIÑOS NO DEBEN HACER SIEMPRE LO QUE QUIEREN


ALBA LUCIA CASTRO SOTO, psicóloga


Muchos adultos creen que a los niños y jóvenes hay que dejarlos hacer lo que quieran porque tienen derecho al “libre desarrollo de la personalidad”, pero intentaré de manera sencilla y poco técnica argumentar porqué los padres deben ejercer su autoridad sobre ellos.

Bien se dice que el ser humano debe utilizar la inteligencia para dominar las emociones y los instintos, pero una inteligencia requiere un buen nivel de desarrollo cognitivo y además de buen material mental para poder tomar decisiones no solamente acertadas, sino también rectas ética y moralmente.

El cerebro y en general el sistema nervioso, conforman el órgano que tiene funciones relacionadas con los instintos, percepciones, sensaciones, emociones, pensamientos, decisiones y actos;  pero el desarrollo y maduración del sistema nervioso solo se logra  hacia los 25 años.

A través de los órganos de los sentidos el individuo percibe el entorno, las percepciones llegan en primero al hipocampo produciendo sensaciones, y dependiendo del tipo de sensación se activan los impulsos e instintos de lucha, huida o conservación que pueden implicar agresividad, movimiento, sexualidad, hambre, sed y sueño.

Al centrar la atención sobre las sensaciones y tomar conciencia de ellas el individuo puede sentir diversas emociones, unas relacionadas con bienestar (seguridad, afecto, serenidad, alegría, confort, etc) y otras relacionadas con malestar (molestia, enojo, ira, dolor)

Un niño menor de 6 años, siente el malestar, pero no puede pensar claramente que es lo que siente ni por qué, entonces se siente impotente, por eso hace un berrinche y luego se calla e intenta guardarse el malestar en el inconsciente u olvidarlo.

Cuando es mayor de 7 años, piensa sobre los hechos que produjeron las emociones; es decir clasifica, organiza, compara y entonces las emociones adquieren una razón de existir. Por ejemplo,  puede decir: “me siento humillado(a) porque me gritó delante de la gente, me da ira que sea tan injusto porque yo no tuve la culpa”. Su posición frente a la vida es frágil y por lo mismo es egocéntrica.

Entre los 7 y los 23 años, es probable que pueda, expresar sentimientos y pedir explicaciones, las cuales aceptará o rechazará según los conocimientos y experiencia que tenga de la vida, el ejemplo que haya recibido en su entorno familiar y social y la influencia de los “consejeros” de su confianza. Lentamente va madurando el cerebro a la vez que va enfrentando situaciones que lo obligan a dejar de ser egocéntrico, idealista y a adquirir criterios propios para tomar decisiones.

El adulto, maduro, puede tener la libertad de hacer lo que quiera, porque  piensa antes de reaccionar, analiza qué debe hacer para recuperar el bienestar. Es objetivo, realista, justo consigo mismo  y los demás. Se fundamenta en normas, principios y valores rectos y prevé las consecuencias de sus actos. Elige consejeros con criterios y experiencia.

Como se puede ver, no conviene dejar que los hijos hagan lo que les venga en gana antes de los 20 años. Es necesario pasar de un alto nivel de autoridad a un nivel medio de supervisión con enseñanza de la responsabilidad y terminar siendo un buen apoyo moral.  

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