ALBA LUCIA CASTRO SOTO, Psicóloga
Los niños son unos
verdaderos angelitos, nacen con las inclinaciones naturales hacia el obrar
asertivo y espontáneo, solo que actúan desde su poca experiencia acerca de su
mundo interno sobre el cual no pueden expresarse porque carecen de palabras y con
base en lo poco que han vivido en un planeta que no comprenden.
El niño(a) necesita
afecto, apoyo moral constante y atención. Requiere con urgencia que alguien lo
escuche para saber si lo que está pensando es coherente con ese mundo extraño,
si su manera de sentir y de actuar son aprobables o no.
Cuando los padres no
tienen tiempo, los niños -conciente o inconcientemente- se sienten inseguros y
reaccionan con diferentes mecanismos de defensa, entre los cuales los más
comunes son: no comer adecuadamente; no realizar sus tareas solos o comportarse
con rebeldía y agresividad.
Los niños no ingieren
los alimentos que más les insisten sus padres. A cambio, para saciar el hambre
piden cereales, lácteos, dulces o
“empaquetados”. Los padres se quejan de que a veces el niño come muchísimo y
argumentan: “cuando salimos de paseo come bien”….
Es probable que el día
que se sienten consentidos y atendidos, el niño baja su nivel de ansiedad y por
eso come bien. Sin embargo al volver a sentirse desprotegido y desatendido,
vuelve a elevarse su ansiedad y deja de comer.
Otros se quejan de que
el niño no realiza las tareas escolares, argumentando que no puede hacerlas
solo porque no entiende y se resiste a elaborarlas si sus padres no están a su
lado.
Quizás el niño se ha
dado cuenta que ese es el único tiempo que sus padres le dedican.
Pero la situación se
complica cuando los gritos y peleas dañan el momento, porque además de la
inseguridad y la necesidad de afecto, la incomprensión o impaciencia de los
padres le hacen sentir al niño que lo que les importa son las tareas y no el
niño en sí.
El niño puede empezar
a sentir aversión al estudio o a la comida. Además, la ansiedad se convierte en
angustia, temor, decepción, impotencia y una gran sensación de abandono.
Los niños cuyos padres
no les dedican tiempo diariamente, pueden sentirse tan heridos emocionalmente,
que actúan como un animalito salvaje y por eso atacan a quien se le acerque o
le lleve la contraria. Se vuelven rebeldes, hacen berrinches, gritan, pelean,
golpean a los demás o dañan las cosas para descargar su gran confusión
emocional.
Los pobres angelitos,
necesitan padres y madres presentes TODOS LOS DIAS, para sentir sus palabras
amorosas, enseñanzas y consejos. Necesitan que las manos de sus padres y madres
los acaricien con ternura y los brazos los envuelvan para sentirse protegidos y
amados. En lugar de gritos, castigos y golpes, necesitan que les expliquen las
cosas de la vida y ante todo, necesitan que les dejen ser NIÑOS con su propia
personalidad.
¡Lástima que a los
adultos se les olvide que fueron angelitos frágiles e indefensos!
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